
Apenas cumplí los dieciocho años inicié una nueva etapa en mi vida. Me dediqué a una existencia completamente despreocupada y basada en el más puro hedonismo. Una búsqueda continua de nuevas y cada vez más exóticas formas de obtener placer y excitación sensual. Algo muy natural; considerando la fiesta de hormonas que inundaba mi torrente sanguíneo por ese entonces.
Sin embargo, debo confesar que a mis cuarenta y tantos años, aún siento fluir por mis venas, casi con la misma intensidad esa comezón que me aquejaba en la juventud. Por esos días, como muchos jóvenes bisoños en las cuestiones sensuales; me sumergí en el amplio mundo de la literatura erótica y la pornografía. Lo que abrió una gama de nuevas posibilidades a mi inquieta imaginación. Era como una esponja, y devoraba con avidez todo lo que podía brindar alimento a mi hambriento apetito sensual. No sólo me conformé con las novelas, cuentos, fotografías y dibujos; también exploré las artes pictóricas y la escultura. Recuerdo que muchos artistas moldearon mi gusto y aprecio por las formas humanas y las expresiones lascivas. Klimt, Picasso, Modigliani, Shiller, Rodin, entre otros tantos. Me di cuenta de que a pesar de la hipocresía social y la doble moral de los últimos siglos; el espíritu humano estaba forjado a través de la sensibilidad y la sensualidad. Por supuesto, no podíamos dejar de ser primates, tan promiscuos por naturalezacomo todos nuestros primos.
Por increíble que parezca, fue mi madre la que me inició en el descubrimiento del placer sensual. Aunque debo admitir que lo hizo de un modo muy sutíl. Tal vez ni siquiera fue consciente de su influencia. A ella siempre le gustó leer. La literatura era su pasión y uno de sus géneros predilectos era la novela sensual o los relatos eróticos. Afortunadamente no era recatada ni censora; por lo que los libros siempre estuvieron a mi alcance, aún a temprana edad. Así que en nuestra pequeña biblioteca además de ciencia, abundaban este tipo de libros. Autores como Juan Manuel de Prada, José Luis Muñoz, Marqués de Sade, John Cleland, Georges Bataille, Henry Miller, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Marquéz y algunos anónimos rusos entre otros, dieron forma a mis pensamientos y estimularon mi sentido del erotismo y de la sensualidad a límites insospechados por mi corteza cerebral.
La parafernalia que rodeaba principalmente a la literatura más pedestre del puesto de periódicos y la pornografía, fue curiosamente la que me condujo al mundillo enormemente excitante y prometedor que cambiaría mi vida. Anuncios de prostitución masculina y femenina, que estaban apenas disimulados bajo el eufemismo de “masajes” pululaban entre las páginas repletas de vulgaridades, relatos lascivos mal escritos y fotografías. Encontré también todo lo relacionado con el ambiente swinger, producto de la revolución sexual de los sesentas y lo hippies. Una doctrina, frustrada por la doble moral de la sociedad moderna y que captaría mi interés por mucho, mucho tiempo más adelante.
Debo aclarar y a riesgo de parecer un snob, que esta forma de llevar las relaciones de pareja, al principio no sólo me interesó por su filosofía hedonista, sino también por sus fundamentos filosóficos y científicos.
Un día mientras hojeaba la sección de masajes con anuncios clasificados en una revista para adultos, se me ocurrió que sería sumamente excitante anunciarme ofreciendo mis servicios para damas y/o parejas en esa publicación; y quien sabe, tal vez alguna hermosa mujer madura, ama de casa aburrida, una esposa insatisfecha o una pareja liberal; me llamarían para solicitar mis servicios de masajista. Después de todo, yo era un joven bien parecido que podría tener cierta demanda. Siempre y cuando tuviera la audacia de iniciar una clientela y mantenerla. Esa idea rondó mis pensamientos durante mucho tiempo. Un par de años por lo menos. Sin embargo, los prejuicios represores la alejaban cada vez que yo la tomaba más seriamente. He de confesar que siempre fui un joven que no tuvo mucho éxito como conquistador. Mis experiencias sexuales se reducían, en el mejor de los casos, a haber recibido alguna que otra propuesta de amigas mayores, todas ellas con la suficiente iniciativa y libertad de mente para no ceñirse a los convencionalismos sociales. De ninguna manera, mi fuerte era acercarme a una mujer e iniciar una charla que terminara en un noviazgo o en una amistad cariñosa. Siempre fui muy tímido; sin embargo, con esta nueva perspectiva, si optaba por ella. Tenía la oportunidad de tener relaciones con mujeres que me llamarían porque lo que querían era precisamente que les dieran una buena cogida. Que las acariciaran, besaran y lamieran hasta que todos sus sentidos se crisparan en una liberación física total, en un desahogo de placer al que quizá no tendrían acceso muy a menudo. Por esos tiempos, como ahora. Siempre conceptualicé al sexo como una necesidad básica que se podía elevar a planos más elevados de refinamiento y sensibilidad. Sin que por ello debiera mezclarse necesariamente con los sentimientos o el amor. Así que lo más atractivo de esa actividad para mí; era que nadie debía sentirse comprometido, nadie tenía que sufrir desvelos por una decepción o por un desamor. Al menos, eso pensaba al principio.
Por otro lado estaba el dinero que obtendría, que la verdad, por supuesto era lo que menos me importaba. Incluso lo habría hecho gratis. Pero el desprestigio de no cobrar, me habría hecho ver como un tipo promiscuo y pervertido cualquiera. Un oportunista que no tenía ninguna experiencia, o aptitud profesional para ofrecer servicios dignos de tomarse en cuenta. ¡Vaya que la vida suele ser de una ironía!.
Después de mucho pensarlo, por fin me decidí. Me compré un celular para recibir las ansiadas llamadas, y me fui a poner mi anuncio a una revista. Redacté un anuncio basándome en la estructura básica de los que ya había leído en esa misma publicación; pero incluí algunos pequeños cambios que consideré atraerían más la atención de mujeres y parejas con más categoría. Al fin y al cabo además de atractivo, me consideraba un joven universitario bien educado y con clase. La señorita de la oficina de clasificados de la revista me indicó que mi anunció saldría ese fin de semana; pero apenas era martes y la espera fue inquietante. Muchas dudas y temores inundaron mi cabeza. Se me ocurrió que tal vez me llamaría una mujer tan fea y desagradable, que no provocaría en mi sexo la más mínima reacción. Quizá sufriría de algún tipo de impotencia provocada por la animadversión causada por alguna clienta perversa y traumatizadora. También cruzó por mi mente que mi familia se enterara y sufrieran una terrible decepción. Sobre todo mis padres. Incluso se me ocurrió que la policía podía arrestarme por ejercer la prostitución ilegalmente.
En fin, pasaron los días de la forma más o menos habitual, mientras realizaba mis actividades académicas cotidianas; seguí estudiando y presentando mis exámenes para no perder mi beca. Al reflexionar me di cuenta que mi vida podría llegar a ser muy cómoda por algunos años, si todos mis planes se cumplían con éxito. Estudiaría y cobraría por hacerlo; gracias a mi beca. Al mismo tiempo cogería y también me pagarían por ello, que más podía pedir. Por supuesto, debía ser muy discreto.
Llegó el fin de semana; recuerdo que era un sábado muy soleado. Desde temprano encendí mi celular esperando una solicitud de servicio. La noche anterior, realicé una “investigación de mercado”, o mejor dicho, tomé una capacitación a mi manera para estar a la altura de la profesión. Lo que hice fue hacer unas llamadas a algunos de los anunciantes de la revista. Para lo cual me hice pasar por un esposo liberal que quería hacerle realidad una fantasía a su joven esposa. Tomé nota mental de las mejores contestaciones y de los datos que ofrecían y pedían. La mayoría te solicitaba que les dieras un teléfono al cual comunicarse para verificar la autenticidad de la llamada; también te informaban sobre el precio y el tiempo del servicio. Todo con un tono cortés pero carente de toda emoción y cordialidad. Algunos te decían que no hacían servicios a domicilio y que debías ubicarte en un hotel de tal o cual zona de la ciudad. Enseguida, una vez registrado en el hotel, debías volver a llamar indicando el número de la habitación para que ellos confirmaran el trato, y después de 30 minutos o más, dependiendo del rumbo; encontrarte allí para brindarte el servicio. Por supuesto, también te explicaban en que consistía el servicio. Esto último sólo si lo preguntabas. Te recitaban una letanía en la que detallaban que el masaje duraba una hora u hora y media y consistía de motivación manual y oral, así como una penetración, todo con condón. Esperé toda la mañana con una sensación de mariposas en el estómago. Para frustración mía, nadie llamó. Pasó la hora de comer y parte de la tarde pero el aparato no hizo ninguna señal. Lo revisaba constantemente, por si alguna llamada se había perdido, ya que lo tenía al la modalidad silenciosa.
En esta etapa de mi existencia en la que aún vivía con mis padres, como todo joven no tenía ganas de dar explicaciones si sonaba aquel comunicador. Imaginaba a mi padre burlándose de que un mocoso como yo utilizara un aparato tan caro y novedoso como aquel; un lujo que ni siquiera ellos utilizaban. Mi madre recelosa, me haría preguntas todo el tiempo sobre quien me llamaba y cuánto costaba mantener ese teléfono. El tiempo pasó y ese día nunca entró una llamada. Me acosté hasta tarde aún con la ilusión de que una clienta solicitara mis servicios.
A la mañana siguiente pensé que tal vez la razón de que no hubiera habido llamadas podía deberse a que por algún error no se hubiera publicado mi anuncio. Así que me vestí rápidamente y fui al puesto de periódicos a comprar la revista. Pasee la mirada por la sección correspondiente y en unos cuantos segundos identifique mi anuncio. No había error. Regresé a mi casa con la esperanza de que alguien me llamara en el transcurso de ese día, aunque reflexioné que si el día anterior nadie había llamado, sería menos probable que lo hicieran en domingo. Un día generalmente dedicado a la familia y al descanso. En efecto, nadie marcó. Pasó otra semana completa con todo y su fin de semana, y nadie marcó a mi celular. Estaba comenzando a desilusionarme, cuando un día entre semana apareció una llamada perdida en la pantalla de mi aparato. Con el corazón retumbando en mi pecho por la emoción, marqué el número discado y casi enseguida contestó una voz de bajo masculina. Yo esperaba una mujer así que escuchar la voz de un hombre me turbó bastante. Recuerdo que hice una pausa silenciosa que no atinaba como deshacer. En esos momentos me pareció una eternidad, pero cuando todo hubo terminado comprendí en retrospectiva que no lo fue tanto. Afortunadamente mi agilidad mental me condujo a explicar a aquel hombre, que acababa de recibir una llamada en mi celular proveniente de su número telefónico, enseguida le di mi nombre. Es decir, el pseudónimo con el que me había anunciado en la revista.
–Soy Vincent-.
El hizo un breve silencio que interpreté como duda o reflexión, y en un par de segundos más me respondió con cordialidad que en efecto el había llamado por lo del anuncio en la revista. Me preguntó pelos y señas sobre mi aspecto físico, incluidas estatura y peso. Yo empecé a dudar; una serie de ideas cruzaron mi mente y todas se referían a lo mismo: “homosexualidad”. La verdad es que en mi mocedad era más prejuicioso que ahora, y el sólo pensar en la homosexualidad me ponía los pelos de punta. Aquel hombre seguramente quería un servicio para él. ¿Qué más podía ser?... En esas estaba, casi presa del pánico y a punto de colgarle, cuando comenzó a explicarme que siempre había tenido la fantasía de ver a su esposa haciendo el amor con otro hombre. Que la idea lo ponía por demás excitado, y que apenas hacia unos días se la había comunicado a su esposa. Jubiloso como un infante, me confesó que ella había estado de acuerdo en cumplírsela.
Escuchar estas palabras fue un gran alivio. Prácticamente sentí una explosión de adrenalina y deseo; mi corazón se aceleró de nuevo. Incluso experimenté instantáneamente una erección. Por absurdo que parezca; intenté imaginar a su esposa, basándome únicamente en el timbre de la voz del tipo. Lo cual era ridículo, lo reconozco. Pero la calentura es una poderosa droga que nos permite soñar las cosas más locas.
Se escuchaba como un hombre bastante maduro, educado y refinado. Lo que hizo que mi miembro bajara un poco la cabeza, imaginándome momentáneamente con dos ancianitos en la cama. Mientras tanto el continuaba hablando; me decía que quería conocerme para saber si le gustaría a su esposa. Que si podíamos tener una entrevista en su despacho al día siguiente. Ni tardo ni perezoso, yo accedí de inmediato; aunque debo reconocer que no sin cierto recelo. Le pedí que me diera la dirección; sus datos y que fijara la hora. Pensé que ningún otro masajista accedería a aquel trato, pero ni hablar. Era la única maldita llamada que había recibido en dos semanas.
Al día siguiente, quince minutos antes de la hora pactada, me encontraba frente a un buffet de arquitectos. Me anuncié en la entrada y pregunté por el despacho del arquitecto Devars. Me indicaron que se encontraba en el tercer piso a mano derecha. Una vez en el interior del inmueble a nadie pareció importarle mi presencia. Puertas abiertas permitían ver dibujantes concentrados en sus restiradores. Gente joven entraba y salía con prisa para consultar a los jefes. Por fin, al final de un oscuro corredor me topé con una puerta con su nombre. La golpee sutilmente con los nudillos y en unos pocos segundos un hombre de mediana edad, supongo que de unos 45 años apareció en el umbral haciendo un ademán cortés para que entrara. Ya en el interior de la oficina, cerró la puerta detrás de mí y me estrechó la mano; mientras repetía mi pseudónimo en forma interrogativa. Cómo para confirmar que fuera la persona correcta. Yo le respondí con un saludo cordial.
Se pasó detrás de su escritorio y dueño de una seguridad tranquilizadora, se sentó en su poltrona de piel. Me miró con una amplia sonrisa en el rostro. Por mi parte intenté analizar con objetividad a aquel individuo. Era un hombre de mundo, no cabía duda. A juzgar por su forma de vestir y la decoración de su despacho, de un excelente nivel socioeconómico. De modales refinados, siempre me trató como a un igual. Comportamiento, que sólo las personas seguras de si mismas y de verdadero alto nivel, hacen a las primeras de cambio. La impresión de su personalidad en mi fue ciertamente agradable y excitante. Un curioso pensamiento llegó a mi mente. Imaginé que si yo fuera mujer, ese sería el tipo de hombre que me gustaría.
De inmediato esta reflexión me incomodó y la deseché reprimido por mis prejuicios. Él fue el primero en comenzar la charla; enseguida me confesó con aire de complicidad que yo era justo lo que estaba buscando. -Una persona joven con buena presencia y educación- exclamó.
No recuerdo si yo dije algo después de eso, pero de inmediato él me bombardeo con un sin número de preguntas. Qué si sólo me dedicaba a dar masajes; qué desde hacía cuanto tiempo; qué si me cuidaba; sí estaba estudiando; sí tenía novia, etc. Al parecer quedó muy satisfecho de mis respuestas a su interrogatorio y me comentó que era muy extraño ver una persona educada como yo haciendo este tipo de trabajo. Yo le respondí que lo hacía para pagarme mis estudios. Lo cual por supuesto era una vil mentira. Le comenté que también me había metido en esto porque era sexualmente muy ardiente, la verdadera razón. Me regaló una amplísima sonrisa y una mirada tan pícara, que otra vez me puse algo nervioso. Sobre todo cuando me pidió que me bajara los pantalones para evaluar mi físico.
Sin emabargo, hice lo que me pedía como si estuviera habituado a ello.
-¿Quieres conocer a mi esposa?- musitó con voz afelpada.
Abrió un cajón de su escritorio y sacó unas fotos, me dijo que era su esposa. Insistió en que era una mujer muy guapa y me preguntó si me gustaba. Dada su seguridad y entusiasmo, jamás le habría respondido con una negativa, así su esposa hubiera sido un bodrio. Sin embargo, tenía razón. Todos sus elogios hacia ella, estaban bien fundamentadoss y hasta se quedaban cortos. Era una mujer de treinta años aproximadamente. Aunque por mi inexperiencia, en ese tiempo yo no calculaba bien la edad, así que se me antojaba aún más joven. Rubia de tez blanca y bastante atractiva; se la veía de pie con un vestido negro, largo y escotado; de esos que además son abiertos de un costado casi hasta la cadera. Se apreciaba una de sus esculturales piernas, casi hasta la altura del muslo. Larga, bien torneada y enfundada en una media color ala de mosca. Una cintura muy estrecha, contrastaba con las caderas que se antojaban más anchas de lo que eran en realidad. La piel blanca sobre el pecho y hombros estaba salpicada de pecas, y si uno se fijaba bien también tenía algunas en la parte central de la cara, bajo los ojos y en la nariz. Tenía un aire de porrista adolescente de una escuela preparatoria gringa. Aunque en el gesto se notaba fácilmente que ya era una mujer madura.
Tragué saliva y me percaté que tenía una erección tremenda. Me puse nervioso de que se me notara; pero después de pensarlo un poco, comprendí que tal vez eso le gustaría a aquel hombre y ayudaría a cerrar el trato. Así que me despreocupe por completo. Quedó de llamarme en una semana. Supongo que en mi rostro se dibujó un gesto de desilusión al escuchar el inusual largo plazo. Pues recuerdo que se sintió obligado a explicarme que ese tiempo era necesario para organizarse con su esposa. Me explicó que tenían una agenda muy ocupada y no era sencillo para los dos escaparse de sus compromisos para una aventura.
Conforme con ello, sonreí y salí de su oficina. Pasó la semana con una lentitud, insoportable. Y todos los días de la espera me la pase masturbándome mientras imaginaba como poseía a aquella deliciosa mujer. Lo hacía diario; incluso varias veces al día. Imagino que en siete días, lo habré hecho por lo menos unas treinta y cinco veces. Si hubiera almacenado todo ese semen, creo que hubiera llenado un buen vaso.
Recuerdo que trataba de imaginar su voz, la representaba casi infantil. Como la de una adolescente; como la de una compañera de la escuela. Soprano y angelical.
El pazo se cumplió y por fin, sonó el teléfono celular. Por cierto, debo señalar que durante todo ese tiempo no hubo ninguna otra llamada para solicitar mis servicios. De modo que aunque alentado por la cita que ya tenía. En general me sentía un poco desanimado. Parecía que el negocio no iría muy bien. La ansiada llamada llegó un miércoles por la mañana. Contesté tratando de no parecer ansioso, pero debo confesar que me costó mucho trabajo disimular mi entusiasmo. La voz grave de Devars emitió un mensaje conciso pero claro. Me esperaban en el Hotel Oslo en la habitación 301.
- Estaré allí en treinta minutos- respondí y colgué.
Entonces, el sobresalto de un olvido. Colgué antes de tiempo. La angustia de mi torpeza me golpeó directo en la cara. ¿Donde estaba ese mugroso Hotel? Tomé la sección amarilla con la desesperación de no encontrar el dichoso establecimiento. Afortunadamente, en cinco minutos encontré la dirección. Recuerdo que de camino había un tráfico terrible, pensé que llegaría muy tarde a pesar de que no estaba lejos. Me sentía como si acudiera a un importante examen de la universidad. Una extraña mezcla de excitación y nerviosismo me invadían por completo. Entre la excitación y los nervios tuve varias erecciones y relajaciones. Estas últimas comenzaron a preocuparme. Había leído de la impotencia por estrés. Luego pensé que me había masturbado demasiado y que posiblemente aquello no funcionaría correctamente.
El terror comenzó a apoderarse de mí, cuando noté que al pensar en la esposa de Devars a la que iba a acariciar y poseer. No ocurría nada de nada allí abajo. Con una mano me acaricie y estrujé con desesperación por encima del pantalón para intentar despertar el flácido apéndice, y así corroborar su funcionalidad. Pero no hubo respuesta. En el transcurso de diez minutos, estuve tentado varias veces a abortar la misión. Afortunadamente nunca renuncié. No sé que hubiera sido de mí de haber abandonado esa empresa que marcó mi vida futura.
Por fin llegué. Subí por el elevador al tercer piso y en un momento estuve frente a la puerta con el número 301. Recuperé el aliento y me atusé un poco. En ese tiempo llevaba el cabello largo atado en una coleta. Me lo solté y golpeé dos veces. Escuche voces en el interior. Unos segundos después Devars abrió la puerta de par en par y me invitó a pasar. Se le notaba alegre y cordial. Entré en la habitación y pude ver una pequeña mujer rubia que estaba sentada en un taburete a un lado de la King size. Estaba muy quieta con las manos sobre su regazo y las rodillas muy juntas; llevaba puesto un vestido negro corto de una pieza, sin mangas y sin escote. El largo de la falda le cubría apenas la parte superior de las piernas, que estaban desnudas y rematadas en unos pequeñitos pies calzados con zapatos de tacón alto.
Devars nos presentó amablemente y yo me acerqué lentamente para que me conociera. Por supuesto, aún estaba aterrado. Pero hice mi mayor esfuerzo por controlar mis miedos y traté de aparentar seguridad. Lo hice con tanta vehemencia que empecé a creerme mi papel. Supongo que algo parecido les pasa a los concertistas la primera vez ante el público. O a los actores de teatro. Ella se puso de pie con un ademán tímido y nervioso para darme la mano. Al mismo tiempo que levantaba la cabeza y se ponía de puntitas en señal evidente para saludarme con un beso en la mejilla,
-¿o sería en los labios?- dudé.
Los nervios me hacían estar alerta ante todo. Lo primero que me llamó la atención de la esposa de Devars fue su estatura y dimensiones. En las fotos se veía mucho más alta. Yo le había calculado por lo menos un metro con setenta centímetros; pero escasamente llegaba al metro cincuenta. Esta característica, junto con su aspecto ligeramente infantil la hacían verse mucho más joven; sin embargo, cuando habló para indicarle a su esposo que se encontraba muy nerviosa. Fui sorprendido esta vez por el tono de su voz. Era la voz de una mujer mucho mayor. Una voz como la que un experto en doblajes de película utilizaría para una personaje totalmente distinto a ella. Un tono y timbre que encajarían más con una seductora mujer fatal de un metro ochenta, piel de alabastro y larga cabellera negra. Una voz con un timbre áspero, pero sensual. Recordé la voz de Kim Carnes y su éxito: Bette Davis eyes.
Al reflexionar sobre todo esto seguramente se dibujó en mi rostro una sonrisa divertida, que ellos interpretaron como simpatía. Ella repitió con ansiedad que se encontraba algo tensa y miró a su esposo como si esperara que él cancelara todo el asunto y todos nos fuéramos a nuestras respectivas casas. De inmediato tomé la iniciativa, pues pensé que así debería de ser. Al fin y al cabo, me habían contratado para hacerla sentirse bien. Jalé un taburete y me senté frente a ella. Actué como el sentido común me indicaba debería desarrollarse la escena.
Siempre que me he visto frente a situaciones en las que nunca he estado o no tengo mucha experiencia, trato de actuar como en una película o en una novela. En la que por supuesto yo soy el guionista.
Le tomé las manos que me enternecieron por lo diminutas; la miré a los ojos y le dije amablemente que no tenía porque estar nerviosa. Le expliqué que inicialmente yo también siempre me ponía muy nervioso. Le confesé incluso, que en ese momento estaba tan nervioso como ella.
Afortunadamente no se lo creyó y lo tomó como amabilidad de mi parte. Pero si hubiera conocido la vorágine que de miedos y sentimientos que había en mi interior, seguro que se hubiera desilusionado por completo de mi. Lo curioso es que sus nervios me convinieron a mí también. Ya que al estar hablándole y tocándola, mientras la tranquilizaba a ella, también yo me sosegaba. Me dí cuenta como en una terapía de pareja, que no debíamos temer nada, ya que estábamos todos allí por placer y para sentirnos bien. Una vez relajados, la besé ligeramente en los labios y le pregunté si se sentía mejor. Ella asintió, pero dijo que seguía un poco incómoda por no saber como continuar. Su esposo, nunca dijo nada durante todo este tiempo. Con aire de autoridad le repuse, que ella no tenía que hacer nada y le pregunté, si le sentaría bien un masaje; es decir, uno de verdad para que se relajara antes de empezar. Ella asintió tímidamente mientras miraba a su esposo. Me coloqué detrás de ella, puse mis manos sobre sus hombros y comencé a masajear rítmica y suavemente. Extendí mis caricias hasta la nuca, trabajando mis dedos con firmeza contra los músculos del cuello, bajando luego hasta los de la espalda. Ella suspiró y después de unos segundos dijo que era maravilloso, que se sentía mucho mejor.
El hecho de que se escuchara tan sincera, fue un enorme cumplido y liberación para mí. Ya que en mi vida había dado un masaje de relajación. Le pedí que se recostará en la cama, y en respuesta a mi petición de inmediato se levantó y me pidió que le bajara la cremallera del vestido; lo que hice sin vacilar. Ella dio un paso hacia adelante y se detuvo. Enseguida dejó caer el vestido a sus pies, quedando semidesnuda con un sostén color negro y una tanga de hilo dental del mismo color. La belleza de su cuerpo y la tibieza y suavidad de su piel catapultaron mi erección a dimensiones nunca antes soñadas. Estaba tan duro que me dolía. La presión de los jeans se estaba haciendo rápidamente insoportable. Con movimientos lentos se subió a la cama y se acostó boca abajo sin voltear a mirarme ni un instante. Me dio la impresión de que había recuperado la calma y que asumía por primera vez su papel de dama a la que se le va a complacer a cambio de una remuneración.
A pesar de su estatura era realmente una mujer de excelentes proporciones. Parecía hecha a escala; me gustaron sus curvilíneas caderas y amplios glúteos que abruptamente descendían en declive para continuarse en una espalda juvenil. Me desvestí lo más rápidamente que pude, quedándome únicamente con mi trusa blanca. Luego me subí a la cama con ella arrodillado a su lado. De reojo pude ver como su esposo también se despojaba de su ropa. Reanudé el masaje en la espalda y cuello de la señora, de quien por cierto debo señalar con pesar, supe su nombre hasta mucho después.
Gradualmente el masaje relajante se convirtió en caricias excitantes y en besos ardorosos que bajaban por su espalda y se extendían hasta sus nalgas y muslos. No resistí mucho más la tentación, y metí una mano en la cara interna de sus piernas. Me extasié ante su suavidad y su firmeza. La tibieza y el aroma de su piel sumados a su seductora belleza habían logrado que mi excitación creciera hasta límites por mi insospechados. Ya no me preocupaba una erección. Ahora me preocupaba eyacular prematuramente. Mi miembro estaba tan tieso y tan hinchado que el más leve roce me producía sensaciones de una voluptuosidad estremecedora. Pasé mis dedos con lentitud sobre la piel interna de sus muslos en dirección directa a su cálida entrepierna; dejando un rastro de terminaciones nerviosas completamente colmadas y erizadas. Sin embargo, antes de llegar a rozar la tela de las bragas sobre su sexo, la retiré, para repetir el movimiento dos veces más. En la tercera me di gusto masajeando con los dedos índice y medio los abultados labios de su coño por encima de las bragas. La tela literalmente estaba empapada y caliente. Sentí un fuerte orgullo de provocar esa respuesta en esa hermosa hembra y un intenso placer. Percibir la cálida humedad de su excitación fue tal que sentí como mi erección crecía aún más, si era posible. Imponente y presionando cada vez con más fuerza contra su prisión de algodón, como si mi miembro cobrara conciencia de su encierro y luchara por liberarse. Al mismo tiempo en una demostración de solidaridad con el sexo de ella, una emisión lúbrica mojó mi ropa interior.
Era increíble el placer que yo obtenía con sus respuestas físicas ante mis incendiarias atenciones. Pensé que sería injusto cobrarles por la dicha y felicidad que estaba disfrutando. Ella se volteó boca arriba permitiéndome entonces dar el respectivo tratamiento sensual a sus senos, vientre y pubis. Mientras tanto permanecía con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta. Su hermoso rostro era una tentación cautivadora. Sus rasgos delineados, su boca húmeda entreabierta con labios llenos y jugosos, su pequeña nariz respingona y sus pecas adorables, me arrancaron un suspiro incontenible.
Hasta ese momento, su esposo, que había permanecido en el anonimato del silencio, se adelantó a mis deseos y habló para ordenarme con tono imperativo que la besara en la boca. La imposición me turbó un poco, pero al posar mis ojos en la hermosísima faz de su mujer, con sus labios entreabiertos que emitían suaves gemidos mientras mis manos hacían de las suyas con su cuerpo. Me incliné, para cumplir mi nueva y preciosa misión. Al principio, su lengua apenas se movía y sus labios permanecieron entreabiertos en una actitud casi pasmosa, pero poco a poco su lengua comenzó a explorar en una danza musculosa y lúbrica cada rincón de mi boca.
Mientras la besaba, con una mano le desabroché el sostén para liberar sus senos. Los sobé como sopesando su mórbida consistencia, y alternativamente le pellizqué rítmicamente y con suavidad los pezones. La tersura de su piel y la dureza de sus pezones erectos; me invitaron a chuparlos. Lo que hice apenas terminé de considerarlo. Entre tanto mi mano se refugio primero entre sus muslos y luego mis dedos volaron para anidar dentro de los lubrificados labios de su vulva. Con el dedo medio localicé su clítoris que empecé a acariciar suavemente, resbalando con la facilidad que brindaba la lubricación de los jugos de su propia pasión. No pasó mucho tiempo antes de que sus suaves gemidos se hicieran más altos y prolongados. Hasta que después de un par de minutos y con un grito ahogado todo su cuerpo se tenso como una cuerda. Apretó los muslos como intentando cerrar el dique que estaba apunto de derramarse y en el intento atrapó mi mano en su interior. Así permaneció durante por varios segundos, después de los cuales su cuerpo se convulsionó en oleadas de placer, que paulatinamente se fueron calmando acompañadas por gruñidos y gemidos.
Para entonces el señor Devars se había subido a la cama y exhibía una descomunal erección, que acercaba lentamente hacia la suave boca de su esposa. Realmente recuerdo que me impresionó la dimensión de su pene. Calculo que habría medido unos veinticinco centímetros, es decir, ocho más que el mío y por supuesto más grueso. Ella apenas si podía abarcarlo con sus labios. ¡Nunca he vuelto a ver cosa igual!. La escena me cautivo, así que me quité la trusa y me puse un condón lo más aprisa que pude. Una vez listo me subí a la cama y de un par de tirones le bajé la tanga. Ella me facilitó la maniobra levantando primero las caderas y luego las piernas. Después las separó con toda naturalidad, sin reservas y con total concupiscencia.
Tomándola de las caderas la atraje hacia el borde de la cama quedando en la posición perfecta para penetrarla. Pude ver sus rosados labios que se abrían entre una mullida y espesa pelambre de vello cobrizo, perfectamente recortado y cuidado. No pude resistir la tentación de besarla entre las piernas así que cambie de posición y metí la boca y la cara entre sus muslos. El contacto de sus lubricadas ninfas con mi lengua y el delicado sabor de sus fluidos me provocaron una arrebatadora pasión y lujuria, que nunca había experimentado. Por lo que no pude evitar dejar escapar un gruñido de placer. Ella mientras tanto, subía y bajaba las caderas en una sugestiva danza de deseo y abandono que acompasaba los movimientos de mi lengua sobre su sexo. No tardó mucho tiempo más en correrse de nuevo entre gruñidos sordos y fuertes estremecimientos. Me levanté y pude ver que su esposo terriblemente excitado por el orgasmo de su esposa lanzaba con su tremendo cipote espesos chorros de semen sobre la cara y boca de su esposa, quien se apresuraba a lamer y a tragar hasta la última gota.
A continuación ella levantó la cabeza y me dirigió una maliciosa sonrisa, luego se relamió de los labios esperma de su marido y me ordenó que me sentara sobre la cama a la altura de la cabecera; lo que hice de inmediato. Entonces ella se incorporó de frente a mi y separó las piernas dejando su sexo a la altura de mi boca, lo que inicialmente me hizo pensar que quería que lo besara de nuevo. Pero antes de que me decidiera a hacerlo, hizo un movimiento de flexión en las rodillas y bajo lentamente, mientras con una mano sujetaba mi pene dirigiendo la cabeza hacia la entrada de su enfangada vagina con la que engulló completa mi verga.
Sus senos adquirieron una nueva dimensión al verlos libres bajo la influencia de la gravedad. Eran redondos y pequeños con unos pezones color de rosa que apuntaban hacia arriba, la piel de alabastro dejaba entrever unas finas venitas que los surcaban en toda su circunferencia. Inició un movimiento de vaivén hacia atrás y hacia delante masturbándose con mi pubis y la base de mi verga, mientras al mismo tiempo entrecerraba los ojos y dejaba escapar de su garganta profundos gemidos. Su esposo se mantenía a la expectativa, a la vez que acariciaba su enorme miembro aún semi erecto. Entonces mi hermoso jinete comenzó a cabalgarme subiendo y bajando; primero con lentos movimientos provocando en mi instrumento de amor electrizantes sensaciones. El ritmo fue creciendo junto con el volumen de sus gemidos, sus pequeños globos se agitaban descaradamente frente a mi cara y todo comenzó a darme vueltas. Estaba perdiendo el control; aquella indescriptible y creciente sensación de placer comenzó a concentrase en la base de mi sexo, anunciándome que la liberación física era inminente. Calculé que había pasado muy poco tiempo desde que la señora me había montado, por lo que supuse que a ella todavía le faltaba mucho por disfrutar. Esta reflexión y el hecho de ubicarme como un servidor sexual a merced de esta pareja me hizo sentirme comprometido en sacrificar todo mi placer en pro de dejarlos totalmente satisfechos. Después de todo, de ello dependía que tal vez volvieran a llamarme. Así que respire hondo y la sujete de las caderas inmovilizándola momentáneamente. Cambie el ritmo de los embates y mientras lamía y chupaba sus pezones intenté concentrarme en alguna cuestión totalmente ajena a lo que estaba haciendo. Afortunadamente funcionó; la sensación pre orgásmica se había desvanecido y la cabalgata de mi hermoso jinete recuperó su agitado ritmo sin que tuviera que preocuparme por nada, al menos durante varios minutos más. Su esposo también recuperó el aliento y se subió a la cama de rodillas justo detrás de ella, entonces la tomó del cuello volteando su cabeza para besarla, esto ocasionó que ella detuviera sus embates sobre mi. Lo que el aprovechó para inclinar su torso encima mío. De inmediato, comprendí lo que ocurría. Sin salirme, me deslicé junto con ella hacia abajo; para que ella pudiera inclinarse más cómodamente sobre mi, exponiendo el culo al embate próximo de su marido. Después de unos segundos, una expresión de dolor se dibujó en su cara y un profundo y ronco gemido salió de su garganta. A través de la pared posterior de su vagina pude sentir que algo enorme y duro se deslizaba paralelo a mi verga. La sensación fue abrumadora. Tras una pausa deliciosa ella dio la señal para que comenzáramos a movernos al unísono.
– Cójanme preciosos- gritó. Lo que hicimos con obediencia religiosa; saliendo y volviendo a entrar con suavidad. Varias arremetidas más bastaron para que esta insaciable mujer se corriera copiosamente. Entre jadeos suplicó una tregua, pero nos imploró que siguiéramos en su interior. Después otra vez a su señal reiniciamos los embates y aceleramos el ritmo. Reavivando rápidamente toda la lujuria de la mujer. Que ahora gritaba y profería las más obscenas palabrotas que yo jamás había escuchado de una mujer. Antes de que él y yo estuviéramos listos, la entrañable y lasciva criatura volvió a derramar su esencia y perderse entre convulsiones deliciosas que ondulaban su cuerpo como el de una serpiente. Su abandono excitó a sus machos amantes que ya no pudimos contener por más tiempo nuestro deseo de llegar al verdadero final.
Una sensación espasmódica que anuncia la crisis del placer creció desde mis bolsas de esperma y en mis entrañas. No pude contenerlo más, el dique se rompió y a caudales derramé todo mi esperma presa de deliciosas contracciones que sentí latir en todo mí ser mientras mi verga palpitaba dentro de ese prodigio de mujer. Una maravillosa paz y satisfacción inundó todo mi espíritu. Sin embargo, como entre sueños aún pude percibir los embates del marido. Que sin más remedio se tensaba presa del paroxismo final e inundaba el intestino de su querida mujercita con la leche de su polla. La pequeña rubia sintió por partida doble el efecto de nuestro impetuoso orgasmo, y hubiera jurado que terminó de nuevo, ofreciendo así su tributo a la Diosa del amor y la lujuria. Permanecimos largo rato embriagados por el éxtasis que sigue al orgasmo; reponiéndonos.
Nuestra siguiente reunión fue a la siguiente semana, no fue sexualmente tan intensa como la primera, pero fue mucho más interesante. Ya que tuvimos tiempo para cenar, platicar y conocernos mejor. Al fin y al cabo la verdadera esencia sensual del ser humano se construye cuando las almas comparten todos sus secretos y sueños. En cuanto la escuché expresar sus ideas y puntos de vista con respecto al placer de vivir, quedé perdidamente enamorado de ella. Por desgracia, ella nunca compartió sentimientos similares hacia mí, como su hija lo haría.
Conocí a Ramona después de una visita a casa de sus padres. Recuerdo que ella iba llegando del colegio a su casa mientras yo salía. Ese día había acudido con sus padres para hacerle un servicio a su lujuriosa madre, mientras Devars hacía de voyeour. También habíamos aprovechado para ponernos de acuerdo para otra sesión de menage a trois el siguiente fin de semana.
De la hija tengo grabada su imagen en la memoria; perenne e inmortal. Como si fuera ayer. Su faz era bellísima, de piel clara como el mármol, cabello lacio negro hasta los hombros, que enmarcaba un rostro en forma de ovalo perfecto, un poco más alargado de lo habitual, la frente amplia, ojos azules como el cielo; grandes, ligeramente rasgados y perfectamente delineados. Rodeados de unas espesas y enormes pestañas. Las cejas tan oscuras como su cabellera, eran simplemente trazos impecables en el pálido lienzo de su rostro. La nariz me recordaba a la de su madre exquisitamente esculpida y ligeramente salpicada de unas pecas apenas perceptibles. La boca delgada y sensual parecía expresar siempre una sonrisa de picardía.
Iba vestida con uno de esos uniformes de colegio privado que han fascinado tanto a los pedófilos fetichistas de Japón. Sólo hay que recordar sus series animadas de televisión para caer en la cuenta de sus desviaciones.
Por supuesto que su encantadora estampa me flechó de inmediato.
- ¿Y tú... Quién eres?- me interrogó mientras nos cruzábamos en la puerta.
- Soy Carlos- respondí con nerviosismo.
-¿Eres amigo de mis papás?- preguntó de nuevo.
- Si- respondí sin saber si estaba cometiendo un error con esa respuesta.
- ¡Ah! ¡Qué bien!. Yo soy Ramona-.Sonrió.
- Hasta luego Ramona- apresuré la despedida torpemente. Y salí prácticamente corriendo.
Pensé que Devars me llamaría de inmediato para reclamar mi estupidez en decirle a su hija que yo era amigo de ellos. De antemano intenté pensar una excusa que no fuera demasiado patética. Afortunadamente nunca llamó.
Nos vimos al fin de semana como habíamos planeado, y con algunas variaciones, prácticamente repetimos el numerito anterior. Por supuesto eliminando las torpezas e inseguridades de la primera vez.
Cuando nos vestíamos la señora Devars dijo que sería mejor nunca volver a reunirnos en su casa.
-¡Por la familia!- argumentó. Cuando mucho, en la oficina de su esposo. Yo sólo atiné a asentir con gesto de niño regañado.
Con preocupación me dí cuenta que algo intuía la madre. Pero yo quería volver a ver a la hija. Con su belleza, me había cautivado irremediablemente. Pero tampoco quería meterme en problemas con sus padres. Así que recordando la hora a la que me la había encontrado aquella vez, me aposté en las cercanías como un vil acosador que espera que pase la inocente presa.
Eran alrededor de las tres de la tarde cuando ella volteó la esquina de la calle. Era un día muy caluroso y soleado y ella iba con la blusa desabrochada, la corbata floja. A través del escote descuidadamente abierto asomaban la parte superior de sus senos perfectamente desarrollados, gotas de sudor perlaban la turgente piel y escurrían entre ellos. Llevaba la chaqueta del uniforme amarrada a la cintura sobre la falda escocesa tableada, haciendo como si la falda fuera una enagua y el saco la verdadera falda. Caminaba con el desparpajo propio de los adolescentes, lamiendo una paleta helada de grosella.
El corazón me dio un vuelco en el pecho y comenzó a bombear la sangre con tal fuerza que hasta las sienes y los oídos me retumbaban. Esa chica si que tenía un efecto impresionante sobre mí. Apenas dudando, crucé la calle y fingí no verla mientras caminaba en contra sentido con la intención de pasar de largo a su lado. Traté de no mirarla directamente, pero no puede evitarlo. Su belleza era imposible de sortear.
Nuestros ojos se cruzaron y sentí su mirada sonreírme, coquetear y jugar conmigo, hasta tener por completo el control total de mi espíritu. Me sentí como un guiñapo, incapaz de hablar o gesticular. Haciendo un gran esfuerzo de concentración por lo menos mantuve la mirada fija, sin parpadear, con el rostro serio y formal.
-¡Hola guapo!- se burló ella, mientras seguía caminando hacía mi. Casi estábamos frente a frente.
-¿No me vas a saludar?...- coqueteó.
Al hablar, su boca teñida de rojo por la jugosa y coloreada paleta se antojaba increíblemente seductora. Sus labios pintados de carmín contrastaban con su piel blanca, ligeramente sonrosada por el sol.
Tragué saliva e intenté hablar despacio para no parecer un idiota, pero inmediatamente no pude articular sonido alguno. Así que disfracé mi intento con el ademán de sonreírle, sin dejar de mirarla a los ojos. Al fin, se escucho mi voz.
-¡Hola Ramona!... ¿De regreso de la escuela, verdad?...- Atiné a decir. Cómo si no fuera bastante obvio. Me reproché la falta de imaginación.
- ¿Cómo estás... Carlos?- presumió claramente de recordar mi nombre.
- ¡No tan bien como tú preciosa!- me salió el halago del alma con un suspiro.
Debido a la transparente sinceridad de mi alabanza, por un par de segundos la sentí perturbada, fuera del control apabullante que hasta hacía unos momentos había manifestado. Esa vulnerabilidad que mostró momentáneamente, me tranquilizó lo suficiente para tomar el dominio de la situación.
Un leve rubor encendió sus mejillas.
- ¡Se ve deliciosa tu paleta!...- exclamé mirando directamente sus labios y boca.
-¿Dónde la compraste?- insistí burlonamente, mientras se dibujaba en su rostro una sonrisa encantadora de complicidad.
-Vamos, te llevo- y me tomó de la mano con un candor sobrecogedor.
Esa tarde pasamos un buen rato juntos, charlando y coqueteando. Me llamó la atención que no me preguntara sobre mi relación con sus padres. En su lugar se limitó a cuestionarme sobre mi vida personal, mis padres, hermanos, novias, escuela, etc. Le conté toda mi historia, e intencionalmente le confesé que no tenía novia. Recuerdo que ante esto último hizo un ademán burlón de incredulidad.
- ¿Y tú, tienes novio?- me interesaba saber.
- Si, tengo novio- contestó haciendo un ademán como si fuera obvio.
- Pero, eso no significa que no pueda divertirme con otras personas-. Sentenció orgullosa.
Pude percibir un dejo de presunción en su afirmación, seguida de la descarada y obligada pausa que espera de parte del interlocutor una reacción de asombro ya fuera de aprobación o reproche. Me dio la impresión que esperaba que yo quedará boquiabierto con su declaración. Asi que decidí jugármela y no darle por su lado.
- Haces bien- dije con la mayor naturalidad y falta de emoción que pude expresar.
Noté de inmediato un brillo de asombro e interés por mi respuesta en su rostro. Su mirada me escudriñaba inquisitiva, hasta que supongo se dio cuenta de su actitud fascinada y desistió. Optó por continuar la charla como si nada.
Me contó que estaba por entrar a la universidad, que le interesaba estudiar psicología, pero que pese al deseo de sus padres ella quería entrar a la UNAM. Su madre era la más reacia. Decía que era una escuela de vagos y mal vivientes, que se la pasaban en huelgas y protestando por cuestiones que a ellos no les incumbían.
Esa fue la primera vez que a pesar de la belleza de su madre, no pude evitar sentir cierta aversión hacia ella.
- Tu vas en la UNAM, ¿verdad que es la mejor universidad en México?- Más que una respuesta se notaba que buscaba una reafirmación.
- Pues si, y no sólo en México. En toda América latina...- hice una pausa y continué para enfatizar
- Es mejor incluso que muchas universidades gringas y Europeas. Al menos así está catalogada actualmente a nivel mundial.
- ¿Puedes decírselo a mis papás?, ya que tu eres uno de sus pocos amigos que va en la UNAM-. Su petición me heló la sangre.
No debía mezclarla en mi relación con sus padres. Nada bueno podía surgir si su madre se enteraba que habíamos estado platicando y haciendo amistad. Sólo un gran conflicto saldría de todo eso. Y yo lo único que deseaba, además de la sensualidad de Ramona era su amistad y amor.
En mi mente traté de buscar lo más pronto posible una solución, y me dí cuenta que ninguna mentira podía solucionar el predicamento. Sobre todo, si esperaba tener la amistad y los favores de esa hermosa chica.
- La verdad es que no quisiera que se enterarán tus padres que pasamos la tarde juntos. Imagino que ambos pueden ponerse realmente furiosos si sospechan que podemos estar haciendo amistad. Así que no me parece buena idea interceder por ti, ante ellos, en ningún sentido.
- ¿Qué dices?... si ya soy mayor de edad, incluso puedo votar ¿Cómo no voy a poder hacer amistad con quien me de la gana?. Y más si es alguien que se lleva con ellos-. Su voz sonaba turbada, seguramente intuía que debía haber una oscura razón para un absurdo como ese.
- Podrías explicarme, ¿Cuál es la relación entre tú y mis padres?-. La inevitable pregunta se clavó en mi estómago como una punzada. Ya no tenía salida. Podía lavarme las manos como un cobarde, sentenciándola a pedir explicaciones a sus padres, mientras al mismo tiempo le decía que no podíamos volver a vernos nunca.
O podía decirle la verdad... Más que honestidad, puede que haya sido la tentación morbosa de conocer su reacción. La curiosidad de ver otra faceta de su intimidad, de su alma.
- ¡Muy bien!... Te lo voy a confesar-. Suspiré para poner énfasis en que se trataba de algo serio. Debía tener mucho cuidado con las palabras que escogiera para contarle todo. Palabras como “confesar”, en lugar de simplemente “decir”. Palabras que la hicieran sentirse en complicidad conmigo.
-La verdad es que no soy amigo de tus padres. Acabo de conocerlos hace poco más de dos semanas. Ellos me llamaron para que yo les hiciera un servicio.
- ¿Y por qué me dijiste que eras su amigo cuando salías de mi casa la otra vez?-. Reclamó con el ceño fruncido. La protesta me pareció encantadora, ya que de algún modo me hacía íntimamente más cercano a ella.
- Pero, lo más intrigante- cabiló- ¿Por qué ellos secundaron después tu mentira?. Su gesto de demanda se transformo lentamente en interrogante de asombro.
- ¿Qué servicio les hiciste?- preguntó rápidamente, intuyendo que todo el misterio se basaba en responder esa sola cuestión.
- Pues... Mira Ramona... Además de estudiar mi posgrado, actualmente me dedico a ser escort para damas.
Frunció el seño, tratando de analizar la respuesta. Unas arruguitas se formaron en medio de sus ojos. No entendía de qué le estaba hablando.
-¿Qué?... ¿Eres qué?...- insistió confusa. No contaba con que no me entendiera a la primera, así que me comencé a impacientar. Ya de por si había sido difícil decirlo la primera vez, como para explayarme y explicarle los detalles.
-¡Qué soy un gigoló coño!- grité y de inmediato bajé la voz por pudor.
-¡Un prostituto para mujeres!- expliqué con más calma.
Un silencio incómodo nos rodeó por varios segundos. Por fin una exclamación de estupefacción salió de su garganta.
- ¡¿Quieres decir que has estado cogiendo con mi madre?!. ¿Y... con permiso de mi padre?... ¿frente a él?, ¿Se la han cogido los dos al mismo tiempo?-.
Una risa nerviosa la invadió mientras me miraba incrédula pero aparentemente divertida. Pronto la risa se convirtió en carcajada. La verdad es que no sabía como iba acabar aquello. Sobre todo si la hilaridad que la embargaba era de naturaleza histérica. Con todo el corazón esperaba que fuera simplemente jovial. Así que estuve con el alma en un hilo y la respiración contenida todo el lapso que ella rió. Por fin terminó y se dio cuenta de mi preocupación.
-¡Tranquilo hombre!, no estoy fuera de mis casillas...jajaja... Rió unos segundos más, mientras me obsequiaba una sonrisa tranquilizadora.
- ¿De verdad se la follaron los dos?- me guiñó un ojo con picardía.
- Si, en una ocasión fuimos los dos, en otra sólo yo, mientras él miraba- confesé con inseguridad.
-¡Cielos!, ¡Sabía que eran unos cachondos, pero nunca imaginé algo así!- rió con alegría.
- ¿Sabes?... Los he descubierto teniendo sexo en varias ocasiones, pero ellos nunca se han percatado de mi- presumía con promiscuidad.
- Me he excitado viéndolos- sonrió encantadoramente. El brillo de su mirada me arrancó un suspiro involuntario.
-¿Entonces no te molesta?- pregunté estúpidamente.
- ¡Pero por supuesto que no!- hizo una pausa y luego prosiguió-. Esto, sin embargo, cambia completamente las posibilidades de nuestra relación. Ahora en lugar de ser amigos comunes y corrientes como lo hubiéramos sido... ¡Podemos ser algo más interesante!. ¡Cómplices, amantes y confidentes!-. Se pellizco sin ninguna discreción un pezón por encima de la blusa. Sus palabras y lenguaje corporal me dejaban muy claro que esa muchacha era un ser extremadamente sensual y sería una estupenda compañera de locuras y juegos depravados.
Después de confesarle mi naturaleza lasciva, Ramona hizo lo propio y se soltó completamente conmigo. Desde ese instante nos veíamos a diario para platicar y contarnos nuestras aventuras. La verdad es que aunque ambos nos deseábamos con demencia; salvo besos y arrumacos, no habíamos tenido oportunidad de estar en un sitio íntimo para dejar volar nuestras fantasías. A pesar de esto, no dejo de pensar que fue lo mejor que pudimos hacer, porque ese precioso tiempo que invertimos juntos compartiendo nuestras conciencias, nos permitió conocernos mejor, consolidar nuestra amistad y aumentar la confianza.
Llegó el día en que por fin pudimos reunirnos en la habitación de un hotel. Por más de dos semanas habíamos intercambiado intensivamente confidencias. En ese tiempo nos contamos también sueños y deseos, abriéndonos el alma sin compromisos ni prejuicios. Inevitablemente una empatía enorme creció entre ambos, hasta que sin darnos cuenta nos enamoramos locamente. Al dejarnos llevar por nuestros sentimientos y confianza creciente, ambos coincidimos que no había más ruta que seguir, otro destino que alcanzar, que expresar todo lo que sentíamos a través de la piel. Cada cuál tenímos hambre y sed de su cómplice en el deleite carnal. Los besos que ya iniciaban el rito sensual eran procaces, llenos de pasión y ternura. Nos besamos mirándonos a los ojos, entre suspiros y jadeos.
De pronto, como en un paso de baile que hubiéramos ensayado cientos de veces, rompimos el beso, separándonos con un par de pasos hacia atrás. La mirada llena deseo y una sonrisa que desbordaba picardía. Comenzamos a desvestirnos al unísono. Ella llevaba una blusa abotonada al frente, y yo una camisa de vestir pero sin corbata. Como en una coreografía desabrochamos los botones con una coordinación perfecta. Las miradas fijas en las del amante. Las prendas cayeron al suelo al mismo tiempo. Entonces fue el turno de los jeans, y al final la ropa interior y el calzado.
Ambos nos incorporamos frente a frente, llenando nuestras mentes con las imágenes sensuales que percibíamos y que tanto anhelábamos. Yo admiré su cautivadora belleza. Los pechos finos, delicadamente moldeados, con areolas y pezones rosados que se antojaba estrujar. La cintura definida, las caderas redondas, los muslos esbeltos y lozanos. Y en el centro una joya oscura de vello bien cuidado y exquisitamente recortado.
Ella me contempló los hombros y los brazos, delgados, pero bien torneados por las pesas. Miró mis muslos recios y piernas esbeltas, y la potente erección que apuntaba hacia arriba con gallardía indicando su dureza. Mi miembro palpitaba y estaba tan duro, que se sentía como si bajo la piel de la barra viril habitara un alma de hueso sólido. Las relaciones en esta ocasión serían buenas, mejores que nunca. Nos perdimos en la pasión del momento.
- ¡Métemelo!... ¡Lo quiero dentro!...- suplicó.
La tomé por las axilas y la levanté en vilo, ella pasó sus brazos alrededor de mi cuello y se afianzó lo más fuerte que pudo, separó las piernas y me rodeó con ellas alrededor de los riñones. Yo metí una mano bajo su muslo y la sujeté del trasero al mismo tiempo que con la otra mano. Mi polla con vida propia se al tocar la rosada entrada de su sexo, se zambulló de un golpe en el chorreante hueco.
Estaba en su interior, duro y hasta el fondo. Un gemido escapó de ambos, mientras nos abandonábamos en un beso arrebatador. Yo comencé a mover la cadera, dando salvajes embates hacia arriba. Mi rostro se torcía por el inmenso placer que la fricción con las lubrificadas paredes de su vagina propiciaban a mi enardecida polla. Ella trató de ayudarme, moviendo el culo al compás de mis arremetidas. Despegándose de mi boca sólo para proferir las frases más ardientes que su embotada mente demandaba.
-¡Ayyy! Papi... ¡ohhh!... ¡Que rico me coges amor!... ¡Hazme tuya!... ¡Siiii!... ¡Ayyyy!... Cójeeeme como a mi mami cabrón... ¡ohhh! ¡Me muero!...- gritaba enloquecida.
- ¡Siii nena!... ¡que rico me ordeñas con tu nidito de amor!... Es maravilloso como me succiona la polla tu coño delicioso!...- alegué entrecortadamente.
Gemidos y jadeos sustituyeron los gritos y las lascivas frases.
De pronto, ella se puso rígida como un tablón y desde sus adentros brotó un gemido profundo, que paulatinamente se transformó en un grito que salió de su garganta al instante que su cuerpo se estremecía entre convulsiones de placer. En ese momento no pude moverme más y lo único que atiné a hacer fue empujar con todas mis fuerzas con las caderas hundiendo mi miembro profundamente en su coño que se contraía y pulsaba alrededor de toda su longitud. La posición estaba entumiéndome las piernas, pero soporté estoicamente hasta que ella terminó de estremecerse, entonces salí de ella con el miembro tan tieso como al inicio. La cargué entre mis brazos hasta la cama.
-¡Mi amor!... ¡pero tu no te has venido!...- exclamó ella aún agitada.
- No mi amor, pero aún no terminamos- respondí con picardía.
- ¡Quiero que me la chupes preciosa!... ¡por favor!...- imploré.
No tuve que pedirlo dos veces. Se veía que a ella le encantaba devorar una buena polla. Otras amantes ya me habían comentado que tenía un miembro hermoso. Ella no fue la excepción. La verdad es nunca he sabido porque lo dicen.
La excitación estremecía mis ingles con cada caricia que ella me obsequiaba con su húmeda y calida boca. Su lengua resbalaba untuosa a lo largo de todo el cilindro. Entonces, presa de un arrebato increíblemente sensual se metió casi toda la pija en la boca haciéndome vibrar de placer.
-¡Amor!... quiero pedirte algo...- dije entre gemidos.
- ¡Lo que quieras amor!...- sonrió ella mientras sacaba la verga mojada de su boca.
- Hazme una mamada profunda... Un “deep trhoat”... ¿Sabes lo que es?...- pregunté suplicante, mientras ella sobaba mi polla cariñosamente con la mano, la besaba y la lamía con deleite.
- ¡Claro que lo sé travieso!...- he visto muchas películas porno, ¿recuerdas?- concluyó.
- Sólo que... - titubeó.
- Puedo tener arcadas y me da pena.
- Lo sé, hermosa. Por eso te lo pido. Hasta dónde tú quieras... – se quedó unos segundos pensando-.
- La verdad es que me encantaría llegar lo más profundo dentro de cada posible receptáculo de tu sensualidad. Me llena de deseo sólo pensarme muy hondo dentro de ti. Ahogándote con mi sexo-.
A pesar de lo extraño de la petición, ella sintió simpatía y una comezón de deseo le escozó la entrepierna, al pensar en esta novedosa forma de darme placer. A su amado perverso. Reanudó entonces sus besos y lamidas sobre mi pene, se lo pasó por las mejillas y la barbilla, besó y chupó la cabeza varias veces con fruición. Hizo gala lamiéndo mis bolsas de esperma que colgaban debajo e incluso me las chupo mientras su lengua vibraba acariciando las sensibles terminaciones nerviosas del escroto. Lamió el falo otra vez en toda su longitud y súbitamente lo engulló hasta dónde pudo cómodamente. Todavía faltaban poco más de un par de pulgadas para abarcarlo por completo. Hizo varias veces esta faena para preparar el camino, disfrutando a cada momento la sensación de sentir la dureza tibia de mi verga llenándole completamente la boca.
Yo estaba en el séptimo cielo, sabiendo que pronto ella incrustaría mi verga profundamente en su garganta. Entonces, ella empujó la cabeza lo más que pudo hacia mi pubis, engullendo centímetro a centímetro casi la totalidad del instrumento. En ese momento pude sentir como el glande de mi inflada polla se encajaba en la concavidad al fondo de su garganta. Percibí una presión maravillosa en cada fibra sensible de la cabeza. Ella sólo pudo soportarlo un par de segundos antes de verse forzada a retirarlo. Una arcada estuvo a punto de golpearla, pero la contuvo con estoicismo. Una lágrima corrió cuesta abajo por su mejilla mientras ella me regalaba una encantadora sonrisa.
Al verla con tal dedicación a mi placer, no pude evitar inclinarme hacia ella para besarla con pasión. Chupé su lengua y pude percibir en el sabor de su saliva la esencia de mi virilidad. Esto me excitó aún más.
- ¡Dame más amor!... ¡Cometela toda putita!...- jadeé.
Lo engulló de nuevo como habitualmente sólo un par de veces, e hizo de nuevo su movimiento. Esta vez lo contuvo mejor y más tiempo, e incluso repitió cuatro veces la caricia con su garganta.
-¡Ayyy amor !... ¡que delicia!...- musité mientras la tomaba de los cabellos con brusca suavidad.
- Creo que me estoy adaptando, ya no lo siento tan tremendo. ¡Tengo una idea!...- dijo ella con alegría.
Y diciendo esto se levantó y se recostó en la cama boca arriba con la cabeza colgando fuera del colchón.
- ¡Cógeme por la boca amor!... como si fuera mi coño- suplicó como una masoquista ruega por el suplicio.
Yo no perdí un instante y mientras ella abría la boca para recibirlo. Le introdujé todo el miembro. Al inició me contuve y traté de no arremeter con demasiada fuerza. En esa posición toda la vía, estaba completamente abierta hasta la faringe. Poco a poco mientras crecía mi locura y excitación fuí embistiendo con más vehemencia. Las sensaciones completamente novedosas que experimentaba me estaban acercando al clímax en forma vertiginosa.
- Gulp!... Mhmm!... Gulp!... Mmhmm...- sequejaba y gemía la pobre.
Mientras duraba la “acogotación”, por así llamar este extraño coito, ella sufrió varios espasmos y arcadas que como pudo contuvo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas por el esfuerzo, pero aún bajo este suplicio sentía una extraña dicha y un placer que le aguijoneaba el sexo. La excitación que la llenaba al sentirse poseída en esta forma había sensibilizado su cuerpo y sus nervios al máximo. Esta segura que si tocaba su raja o incluso sus senos, podría sobrevenirle la crisis del gozo.
La miré mientras la embestía con toda mi hombría, estaba apunto de explotar y derramarme en su esofago.
La visión de aquel ser tan hermoso poniendo a mi disposición toda su alma en esa soberbia cogida de garganta me estaba catapultando al éxtasis.
Al poner atención en los detalles pude percibir una deformación que aparecía en la parte alta del cuello cada vez que arremetía hasta sentir sus dientes rozar mis bolas y la base del pene. La visión arrebatadora de ese sacrificio, me llevó a la gloría. Una tras otra, oleadas de placer atravesaron mi espina mientras con cada espasmo un chorro de semen inundaba la faringe y el esófago de la pobre criatura.
Al terminar los espasmos que me azotaron en el más delicioso orgasmo de mi vida, me incliné para acariciarle con los dedos su raja supurante. Cómo ella lo había previsto, el orgasmo llegó intempestivamente apenas sus nervios sintieron el roce lúbrico de mis caricias. Un delicioso estremecimiento golpeo sus maltrechos sentidos, inundándola con oleadas que vapuleaban aún más su exhausta humanidad.
Su cara llena de lágrimas y la boca que chorreaba semen, saliva y moco, eran testigos de su máximo sacrificio sensual.
No pude menos que besarla y lamer su rostro, limpiando con mi lengua el desorden en que la había dejado. Delicadamente, hasta que se durmió rendida.
Continuará...
Por Dios!... Que imaginación!... Si haces el amor como escribes... Me encantaría conocerte!...
ResponderEliminarRiquísimo!
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