jueves, 14 de enero de 2010

Par de Sotas con Reina


      Habían pasado años desde la última intentona que fraguamos en pareja para compartir otra de mis locuras sexuales. Por alguna razón, yo sentía que ella no estaba dispuesta a retomar mis gustos por los tríos o intercambios de pareja. Lo último que me había concedido fue un viaje a un hotel de lujo con todo incluido a Cancún. En este lugar se especializaban en crear ambientes para parejas que gustaban de estilos de vida liberados y sensuales. En nuestro caso y por común acuerdo, en ese viaje la misión fue de carácter exploratorio. Así que sólo miramos desde lejos, “como el chinito”.
      Todo eso cambió, cuando por casualidad ocurrió espontáneamente algo que me dejó gratamente sorprendido. Un día organizamos una reunión en nuestro departamento. Invitamos a todos los amigos entrañables y a los hermanos. Para entonces ya todos contaban con pareja, la mayoría “permanente”.
      Empezó como una reunión cualquiera, que pasó por varias etapas; comenzando por la clásica tertulia intelectual. Sin embargo, con el correr del alcohol fue subiendo de tono hasta convertirse en una furiosa fiesta con danza y hasta “streep tease”. En fin, para no hacer el cuento largo, ya avanzada la madrugada quedamos sólo dos parejas, un matrimonio de amigos y nosotros. Medio desnudos y un poco alcoholizados comenzamos a bailar unas rolas que se antojaban seductoras y sensuales. Lo asombroso es que los discos aparecieron fácilmente sin buscarlos demasiado entre el montón de CD's revueltos. En un arranque de audacia, guiñándole el ojo a mi amigo y haciéndole señas con la cabeza le indiqué que cambiáramos de pareja. Increíblemente no hubo queja de nadie y la fiesta continuó subiendo de tono. Hasta que completamente desnudos, entre los vaivenes dancísticos las caricias y los besos volaron para posarse en cuerpos y bocas extrañas. Por desgracia todo término abruptamente antes de empezar, porque súbitamente a mi nueva compañera de baile le entró un ataque de moralidad. Esa fue la última vez que estuvimos cerca de compartir una experiencia en grupo, y en la que al parecer ambos estábamos a gusto. Recuerdo gratamente en mi memoria la imagen de mi amada, garbosa y sensual, con una encantadora sonrisa de picardía en los labios, mientras unas manos extrañas la acariciaban como a una escultura voluptuosa.
      Alrededor de dos años después, tal vez más. Una mañana feliz que siguió a una buena noche de sexo conyugal. Mi bella esposa se encontraba de muy buen humor y me cuestionó sobre mis fantasías. Me confesó que se sentía en falta por no haberme cumplido tantas veces mis locuras. Así que, amigablemente empezamos a retomar y hablar de todos nuestros intentos fallidos. Analizamos las razones por las que no se sintió bien cuando contratamos al acompañante. Una historia aparte que ya comentaré. Del intercambio consumado con unos amigos, que la dejó con una sensación vacía y de traición y de nuestro viaje a la riviera maya. Hasta que al final comentamos la fiesta que terminó en un baile desnudos con aquella pareja de amigos sin llegar a mayores. Me confesó que en esa ocasión, sin saber exactamente por qué, se sintió bastante cómoda. Tal vez la espontaneidad del momento sumados a la justa medida de alcohol fueran la razón de su bienestar. Admitió que no se hubiera resistido a nada si las cosas hubieran seguido su curso.
       Al escucharla, no pude evitar sentir surgir en mi alma de nuevo la esperanza de gozar con ella de una aventura loca y sensual. Sería posible que al fin, pudiera yo descubrir el monstruo sensual que se encontraba enterrado en su alma. La expectativa me lleno el espíritu de un deseo y amor renovado por ella.
      Lamentablemente, la pareja de aquella ocasión había quedado descartada por completo, ya que ni él, ni ella se habían portado a la altura posteriormente a esa reunión.
- ¿Quién o quiénes podrían ser los indicados para una aventura parecida? – comenté con cierta frustración.
- ¡Pues no lo sé!, la verdad no se me antoja con ninguno de tus amigos o con otro extraño - sus palabras se me antojaron frías e implacables aplastando mis renovadas esperanzas.
     Rápidamente comencé a maquinar dentro de mi cabeza. Tenía que haber una oportunidad que debíamos explotar. No podía dejar pasar la coyuntura de comunicación y sensualidad en la que nos hallábamos en ese momento. Como una punzada una idea surgió en mi cabeza.
- ¿Y qué te parecería mi hermano?-. Se hizo un breve silencio.
- ¿Cuál de los tres?-. Preguntó como considerando la opción. Lo que me emocionó nuevamente.
- Pues ¿cuál más ha de ser?, creo que por varias razones sabes que sólo tenemos una opción.
- Te cae bien y aparte de mi, es con la persona que más confianza has mostrado- terminé esperando tensamente su respuesta, pero demostrando seguridad.
- ¡Mmmm.!... ¡Bueno, pues que sea él!... contestó sin meditarlo demasiado.
      Su pronta y sincera respuesta me dejó estupefacto. Ella no era tan atrabancada. Algo oculto pasaba por su mente.
- ¿Estás segura?... interrogué sin ocultar mi sorpresa.
- Si, lo estoy. Pero creo que hay un problema que no has considerado. Estoy segura de que tu cuñada nunca aceptará algo parecido- aseguró con la calma que le daba la seguridad de su argumento.
     Comencé a comprender la tranquilidad inicial de su respuesta ante mi indecorosa propuesta. Aunque ella aceptaba de buena gana, pensaba que en el fondo sería una aventura imposible de realizar y no por su culpa; sino por la retrograda compañera de mi hermano. Sin embargo, su razonamiento era erróneo, ya que jamás consideró que la propuesta podía no ser sólo de pareja a pareja.
- Entonces, invitémosle sólo a él - contesté con naturalidad.
- ¿Y tú, crees que él aceptará?. ¿No dice que la quiere mucho?- increpó con voz ansiosa.
- ¿Y eso qué importa?. Si no se va a enamorar de ti. Tú no lo conoces como yo. Estoy seguro, que aceptará gustoso y que lo único que nos pedirá a cambio es mucha discreción.
     Al pensarlo mejor, comenzó a dudar. Pero gracias a su respuesta inicial ya no pudo rebatir la seguridad de los argumentos que yo había esgrimido. Así que terminó aceptando que le comunicara la propuesta a mi hermano. En realidad, aún tenía cierta esperanza en que por varias razones él no aceptaría. Incluso pese a su belleza legendaria, prefirió creer que probablemente por ser una mujer madura, él ya no la encontraría atractiva y deseable. Por ningún motivo acepté esta excusa, se me hacía ridícula. Aunque ya no era una jovencita, podría describirla bastante bien como una “MILF”, Mom I’d like to Fuck!, haciendo referencia a la terminología vigente en el porno de internet, y que se refería a mujeres mayores de 35 años que eran arrebatadoras y deseables. O cómo vulgarmente se decía en los barrios populares de mi tierra era una mamacita buenísima.
     La última excusa que se le ocurrió, fue que como mi hermoano amaba a su esposa jamás se atrevería a arriesgar su matrimonio por una aventura sexual. Por supuesto, yo nunca dejé de increpar sus objeciones. Critiqué su candidez con respecto a la idiosincracia masculina y no dejé de recalcar que mi hermano era bastante abierto de mente.
- ¡Estoy seguro que le encantas! y más cuando vea la posibilidad real de poseerte- agregué con seguridad.
- Aunque ame con locura a su mujer, sé que entiende objetivamente que participar en un juego de esta naturaleza, no hará que la ame menos. Y sopesará que es una oportunidad que no se prersentará otra vez.
     Al verme tan seguro, ella comenzó a ponerse nerviosa.
- !Tengo que ponerme a hacer ejercicio!, ¡estoy gordísima!...- exclamó preocupada presa de un ataque de vanidad femenina.
     Transcurrieron casi dos semanas completas, hasta que pude contactar a mi hermano por el chat de gmail. Le conté con detalle la plática que tuve con Sabrina y le lancé la propuesta. Respondió, exactamente como lo había previsto. Aceptó gustoso, aunque ciertamente un poco más nervioso de lo que yo había anticipado. Le preocupaba no estar a la altura del reto.
     De regreso del trabajo le comenté a mi mujercita, sin poder ocultar mi entusiasmo, que había chateado con él y que sin dudarlo había aceptado con emocionado la propuesta.
- ¿Pero y Lucrecia?...- preguntó sorprendida.
- ¡Pues nada! Sólo me dijo que respecto a ella, nos suplicaba absoluta discreción... ¿Qué tal?. No te lo había dicho- no pude evitar presumir.
     Al siguiente día volví a contactar con mi hermano para empezar a ponernos de acuerdo. Por desgracia, la labor de lograr realizar la cita y ponernos de acuerdo no fue tan sencilla como pensé. Para empezar el imbécil de mi hermano no resultó ser muy abusado para estos juegos.
     La primera reunión, en la que estaba planeado únicamente romper el hielo y propiciar la química. Fue un rotundo fracaso. Tanto por Sabrina como por él. Ambos evitaron el tema a toda costa y se limitaron a hacer una visita común y corriente. Hablaron de todo menos de lo que “nos interesaba”. Esto sólo complicó las cosas, ya que ella comenzó a sospechar erróneamente que yo estaba manipulando la situación. Así que al final, tuve entonces que aleccionar al idiota un poquito.
     En realidad sólo le dije que se soltara, que me estaba haciendo quedar mal y que ella ya pensaba que él no la deseaba. Que todo era fabricación mía. Pasaron varios días, hasta que él chistó y nos invitó a comer.
     Por fin ella comenzó a entender que si estaba sinceramente interesado y no eran mis inventos. Fuimos a un encantador lugar de comida italiana, bebimos, comimos y charlamos delicioso. El plan iba sobre ruedas y ambos empezaban a tomar confianza. Ese día regresamos de comer a casa, seguimos bebiendo y charlando. Pero aún no ocurrió nada.
     Por fin un día quedamos de acuerdo para algo más en serio. Encargamos al chiquilín con mis suegros y nos dispusimos a una tarde de placer. Antonio llegó como a las seis de la tarde. Sabrina estaba nerviosísima, se había arreglado muy linda. Con una falda corta plisada, sin medias, zapatos altos y una blusita vaporosa negra semitransparente. Él... como siempre.
     Pusimos música y comenzamos a charlar. Les ofrecí a ambos una copa, para entonces ella ya llevaba por lo menos dos tragos en el estómago. Charlamos y mientras el alcohol nos relajaba comenzamos a bromear. Unos minutos después sugerí bailar. No recuerdo cuantas piezas bailamos. Ella y yo, otras ellos. A falta de más acción, después de un rato comencé a besar a mi adorable mujercita con frugal delectación. Le acaricié el trasero y los senos con descaro. Ella, presintiendo con cierto recelo a dónde iba se apartó instintivamente. Seguimos abrazados en el cadencioso baile, mientras Antonio aprovechó la oportunidad de colocarse a espaldas de Sabrina, esperándo que yo le cediera la pieza con ella. Sin tardanza beneficiándome de nuestra posición le hice señas a mi hermano para que en su turno de bailar el hiciera lo suyo. Así que al siguiente baile, él estrechó con intensidad el apetitoso cuerpo de su cuñada, mientras la besaba fugazmente en la mejilla, luego descaradamente posó su boca ligeramente abierta sobre los labios de ella.
Pude percibir como se tensaba cada fibra del cuerpo de ella ante el insólito acercamiento. Instintivamente intentó alejarse, pero casi de inmediato rectificó y devolvió el beso dejando que la lengua de él se adentrara en su paladar. Entonces noté como crecía su excitación mientras él deslizaba sus manos por su espalda y talle, hasta rozar ligeramente sus nalgas por detrás y el vientre por delante. Pude percibir que un enorme bulto se formaba bajo la bragueta de Antonio. Terminó la música y ella dubitativamente se apartó de él, quién no hizo nada para impedirlo.
-¡Sigan... la siguiente pieza está genial, no se detengan!- grité. Aunque ya era tarde.
- ¡Dame otra copa!... - rogó ella abrumada, con un tono divertido, mientras yo ponía apresuradamente otro disco.
     Se la dí mientras iniciaba una de nuestras melodías favoritas. La bebió de un trago y me ofreció el baile. Nos abrazamos y lentamente empezamos a acariciarnos y a besarnos. El baile, tenía el ritmo de nuestras caricias, o tal vez nuestras caricias y besos tenían el ritmo de la música. No pude más y mi deseo creció desmedido. Deslicé una de mis manos bajo su falda, apenas acariciando sus satinados muslos con la vehemencia de encontrarme con su sexo caliente y húmedo. Estaba empapada, cómo pocas veces la había sentido. Mis dedos índice y medio se escabulleron debajo de sus bragas y se enfangaron entre sus jugos que manaban de su sexo. Entonces percibí que una de las manos de mi hermano hurgaba desde atrás en sus mórbidas nalgas y se adentraba separando los carrillos buscando internarse en su intimidad. La otra mano de mi hermano se entremetía entre mi cuerpo y el de ella para amasarle los pechos. Ocasionalmente se deslizaba hacia abajo y acariciaba su vientre. La boca de él resbalaba sobre su cuello, orejas y mejillas. Era una deliciosa visión de lascivia y pasión hecha realidad, y aún faltaba lo mejor por venir.
     El primero en desprenderse del abrazo tripartita fui yo. Pero sólo para desvestirme lo más rápido posible. Deseaba liberar mi formidable erección, para que ella admirara la dureza que me ocasionaba verla inmersa en tan erótica escena. Una vez desnudo me reintegré al equipo, orgulloso de mi sensualidad.
     Para entonces ella ya tenía abierta la blusa y desabrochado el sujetador, que terminé de quitar en dos movimientos rápidos, dejándola desnuda de la cintura para arriba. Enseguida fue mi hermano quien se retiró a desnudarse mientras yo seguía avivando el lascivo fuego mi mujercita. Cuando regresó con nosotros, ya todos estábamos desnudos. Él se colocó detrás de ella presionando una imponente erección contra su trasero. La besamos ambos y estrujamos su cuerpo hasta hacerlo estremecer.
-¡Arrodíllate!- supliqué.
Ella obedeció e intuitivamente cumplió mis deseos, que por esta vez también eran los suyos. Una vez en hinojos, los dos nos colocamos a su diestra y siniestra mientras ella tomaba los hinchados miembros con cada mano.
-¡Están igualitos!... bromeó. Y mientras sobaba el mío con amor, engullía el otro entre sus labios. Yo estaba totalmente desinhibido, sentía fluir en mi mente toda clase de escenas voluptuosas.
- ¡Trágatelo todo mami!, deja presumirle a este cabrón tu maestría para mamar-.
     Él sólo atinó a dejar escapar un ronco gemido, mientras sentía como el glande de su verga se encajaba estrechamente en la cavidad al fondo de la garganta de su cuñada. Sabrina repitió la faena varias veces, engullendo en cada intento la totalidad de las siete pulgadas de sexo de su cuñado. Le regaló ávidamente lo que yo diría fue la mamada de su vida. Justo unos segundos antes de hacer que se vaciara en su boca, cambió de miembro y comenzó a chupar el mío. Este paraíso de lúbricas durezas se prolongó por varios minutos. Entonces, le pedí que se sentara en el sofá. Ella accedió obediente, después de darle unas relamidas de despedida a la palpitante polla de mi hermano.
     Él se arrodillo entre sus muslos abiertos y se inclinó hacia adelante, la atrajo por las caderas hasta que sus nalgas quedaron sobre el borde del asiento y sin más preámbulos le hundió la boca y cara en su adorablemente y recién depilada vulva. Ella gimió. Por mi parte me subí al sofá y ofrecí a su experta boca mi enhiesto y lúbrico miembro.
     Permanecimos así un buen rato. En ocasiones ella detenía las caricias de su boca en mi polla, para concentrarse en las sensaciones que él le estaba ofrendando con su lengua y labios a su botoncillo de amor.
De pronto ella empezó a mover las nalgas y caderas en círculos, hacia arriba y hacia abajo. Gemía y sollozaba con fuerza creciente y como si recordara a ratos mi verga, la metía y la tragaba toda en su boca, ahogando ligeramente sus gemidos. En un instante se puso rígida y una serie de convulsiones recorrieron su cuerpo, provocándole intermitentemente una rigidez tetánica, que tensaba su rostro en una mueca que más parecía de dolor.
- ¡Métesela!- le ordené sin titubear. Conociendo a Sabrina sé que era el momento justo para penetrarla con fuerza y provocarle un orgasmo múltiple y apabullante.
     Estaba en su interior duro y hasta el fondo, mientras ella era víctima de irrefrenables espasmos que aguijoneaban cada fibra nerviosa de su ser con estertores de placer. El jadeó al sentir como su nido de amor le ordeñaba la vida con cada espasmo. Presa de excitación y viendo como la faz de mi esposa se retorcía por la pasión carnal. No pudo contenerse más y se corrió como un adolescente.
- Déjame a mi, no le demos tregua- grité.
     Entonces retiró su pene mojado y aún tieso de la vibrante y empapada cavidad de mi mujer y yo me introduje de inmediato. Sin misericordia desde el principio inicié un movimiento rápido y fuerte de martinete. Mi pubis chocaba contra su capullo sensible, haciendo que sus senos brincaran con cada embate. Su cuerpo se estremeció una vez más. La tomé de la nuca y la besé con furia, abrí los ojos y le grite a la cara que era una puta deliciosa. Que siempre la quise ver así.
     Ella abrió los ojos y me miró con pasión y sorpresa. Entonces se volvió a convulsionar y sin pudor alguno gritó y chilló de gozo, como nunca lo había hecho. Al verla en ese estado sentí como una exquisita e indescriptible tensión se acumulaba en mis ingles. Imágenes inconexas de lúbrica lascivia en dónde aparecía ella en incontables situaciones inundaron mis pensamientos. Sentía que por vez primera, éramos un sólo ser. Nuestras almas y emociones estaban fundidas igual que nuestros sexos. Acompasados en un enloquecedor ritmo hacia la eternidad.
     El recuerdo de nuestra primera vez, y todas las demás. Ella succionándome, ordeñándome, mimándome y deseándome, pidiéndome más. Un paroxismo repentino que traté de contener me hizo sentir que me partía en dos mitades. Una sensación aguda, casi dolorosa surgió de mi vientre y la base de mi sexo. No pude contenerlo mucho, me quedé estático por unos segundos y entonces sentí como mi semen fluía a borbotones, en cantidades y pulsos como desde hacía tiempo no sentía. ¡La llené!, o mejor dicho la llenamos.
     Quedamos exhaustos sobre el sofá. Mi hermano recostado sobre la alfombra mirando al techo. Y la fría realidad poco a poco inundó nuestros destartalados sentidos.
     Esa misma noche, apenas se había ido mi hermano. Al regresar de despedirlo me encontré a mi deliciosa compañera tumbada lánguida en la cama. La mirada encendida, la boca entreabierta y las piernas ligeramente separadas. Su mano derecha reposaba sobre su monte, tensa como congelada a mitad de una caricia. Ninguno de los dos dijo nada, al momento en que ella me tendía sus brazos yo me arrojé sobre ella. Los dos estábamos excitadísimos. Nuestras miradas y besos lo decían todo. La comunión era perfecta.
-¡Amor me has vuelto loca!,¡No puedo pensar en otra cosa!,!Métemelo! te lo suplico!, ¡Quiero sentirte otra vez!...
     Estaba en su interior duro como el acero caliente hasta lo más profundo de su nido de amor. Ambos cuerpos fundidos por un vínculo de puro deseo carnal y desenfrenado. Ella jamás pensó que pudiera sentir algo así. Ni en sueños creyó lograr llegar a esas sensaciones de fogosidad tan liberadoras y gratificantes. Su razón siempre tuvo algo de control, pero ahora la había perdido por completo, se había rendido a la sensual locura de su amado. Por fin había sucumbido. Ya no le importaba nada más que gozar con cada fibra nerviosa de sus destartalados sentidos.
    Otro orgasmo la recorrió, mientras ecos en su mente de los recientes acontecimientos la embriagaban de nuevo.
- ¡Santo cielo!, ¡me muero!-. Se retorció entre síncopes de placer. Los orgasmos vaginales no son fáciles. En toda su vida sexual, había tenido tal vez veinte. Y ahora así de la nada tres en una noche.
     Yo la miraba atónito retorcerse y convulsionarse entre mis brazos. Se revolvía sin pudor alguno; gemía y hasta gruñía. En todos nuestros encuentros sexuales nunca habíamos compartido semejante trance. Ella jamás se había entregado de esa manera; nunca. En esos momentos me di cuenta que nos amábamos con locura, y que por un milagro maravilloso. El monstruo sensual que se hallaba sepultado dentro de su alma por fin había salido a la luz.
     Su pasión me contagió de locura y sentí el placer más intenso que jamás había experimentado.
- ¡Te amo mi vida!... ¡Eres una diva!, ¡una Diosa!... La Diosa de todas las
putas del mundo…
- ¡Me siento tan… tan… íntimo contigo!- gimoteé. Apenas si pude articular palabra. Ella no paraba de retorcerse, meneaba el culo y las caderas como una bailarina árabe. Sudaba copiosamente y su cabeza se movía de uno a otro lado como si le faltara el aliento. A intervalos me miraba fijamente, su rostro me lo decía todo. Era tan bello y pícaro. Sus facciones se hicieron tan frescas y sensuales. En esos momentos de éxtasis yo sólo veía amor, belleza, gozo y deseo. Nunca nos habíamos sentido tan unidos antes, ni siquiera la primera vez.
     Pasaron varios días. Una semana tal vez. Como era natural mi mujer me preguntaba insistentemente si había charlado con mi hermano. Yo le contestaba, que no. Era la verdad por supuesto. No era que estuviera urgida por otra orgía, más bien le preocupaba saber si él no se lo había pasado mal. Si se habría decepcionado.
-Ayyy las mujeres!... No conozco una sola, que no haya revelado sus inseguridades y prejuicios.
     Pasó una semana y un par de días, cuando mi hermano por fin me contactó para sondear la posibilidad de vernos al final de esa semana. Contrario a lo que Sabrina pensaba, él estaba con muchas ganas de volver a repetir el atracón. Al regresar del trabajo le platiqué con buen humor a mi esposa sobre las intenciones de su cuñado.
- Seguramente tú le has estado insistiendo al pobre-. Se burló.
- ¡Para nada!, ¿Cómo crees? – exclamé un poco sobreactuado.
- Por lo que me comentó, estoy seguro que se quedó bastante picado-.
- ¡Qué pena!- gritó -. ¡Ya no quiero volver a verlo!-. Se quejó mientras soltaba una risita nerviosa.
- Pues tú dime...- amenacé-, porque la verdad creo que el está muy entusiasmado- dije con calma.
- Ok! ¡No hay problema!, dile que si- terminó cortante.
     Pasó la semana con una lentitud insoportable, pero al fin era viernes. Eran las seis de la tarde y de un momento a otro esperábamos que sonara el timbre anunciando la llegada de mi hermano.
- ¿Me veo bien así, o me cambio?-. exclamó preocupada.
     Lucía un vestido vaporoso de seda, color negro, bastante corto. La falda dejaba ver sus bien torneadas piernas desde la parte media de los muslos. Su belleza, se acentuaba aún más por las sandalias de tacón alto que calzaba. En la parte alta, el atuendo estaba cerrado por delante hasta el cuello, una hilera de discretos botones cerraba el pecho hasta la garganta que era delicadamente anillada por un corte estilo oriental.
-¡Estás hermosa!-. Respondí complacido.
- Deberíamos hacer esto más a menudo, así podría disfrutar más de tu sensualidad y belleza-. Coqueteé con ella.
     Sus ojos brillaron con amor y una sonrisa se dibujó en su bello rostro. Hizo un movimiento para acercarse a mi lado, cuando llamaron a la puerta. Seguramente Antonio. Bajé a abrirle, mientras Sabrina se iba corriendo al baño para revisar que todo estuviera en su punto. Estaba seguro, que esta vez estaba preparada para todo lo que viniera. Conociendo su pulcritud y orgullo, sabía que no le gustaba dejar nada a la suerte. Seguramente se había preocupado por asear, depilar y perfumar hasta la exageración cada cavidad y rincón de su cuerpo que pudiera ser usada sexualmente.
- ¿Cómo están?- preguntó cortésmente mientras le abría la puerta.
- ¡Bien gracias!- contesté por compromiso- Sabrina como siempre un tanto nerviosa, pero creo que en el fondo ansiosa y excitada.
     Le invité una copa y comenzamos a beber. Cuando Sabrina entró a la sala ya tenía un trago en la mano. Debo reconocer que al principio hubo cierta tensión en el aire, pero conforme el alcohol circulaba, el ambiente se fue relajando. Teníamos música de fondo, pero esta vez no fue necesario el pretexto de bailar. Cuando sentí suficientemente cómoda a Sabrina con la reunión, la invité a que se sentara en medio de los dos. Los dos hermanos estabamos sentados a cada extremo del sofá. Un poco renuente al principio, trás insistir un par de veces más accedió y se acomodó entre ambos. Sin perdida de tiempo me incliné sobre ella y la besé en la boca con pasión, mientras deslizaba una de mis manos por entre sus muslos ligeramente separados. Ella respondió con el mismo ardor, succionando suavemente mi lengua y clavando la suya propia en mi paladar. Tras un par de minutos así me separé de ella y le regalé una cálida sonrisa, que me devolvió reflejada con un brillo sensual en sus ojos.
      Automáticamente ella volvió el rostro hacia a su lado izquierdo dónde estaba mi hermano, quien se inclino sobre su rostro para besarla del mismo modo que yo lo había hecho. Ahora, dos manos diferentes se deslizaban entre sus muslos. Mis dedos se encontraron con los de mi hermano sobre la tela de sus pantaletas, justo encima de su palpitante sexo. Al tacto se podía percibir como la temperatura se incrementaba cada segundo. Por fin, una sedosa humedad comenzó a traspasar el tejido a la vez que tenues quejidos de placer surgían de lo profundo de su garganta.
     Mientras ellos continuaban enredados en caricias y besos, me levanté y comencé a desvestirme a toda prisa. En un santiamén quede completamente desnudo, avancé hacia ellos orgulloso de mi erección. Estaba tan duro que la piel del glande se notaba de una lisura increíble, con un tono violáceo, forzada al máximo por la turgencia a la que se hallaba sometida. A la derecha de ella me coloqué de pie sobre el sofá y con el pene a unos centímetros de su mejilla esperé. Prácticamente nada, porque al notar mi presencia separaron sus bocas y ella con apenas un ligero giro de la cabeza, engulló la punta de mi polla haciendo gala de un gemido ahogado de lascivia.
     Ni tardo, ni perezoso; mientras yo disfrutaba de la maestría de la boca de mi querida compañera, mi hermano se desvistió rápidamente. De reojo, pude comprobar que el estaba tan excitado como yo. Una vez listo para la acción, se arrodilló frente a ella y tiró de sus bragas. Intuyendo sus intenciones, ella levantó ligeramente las caderas para facilitar que desnudaran su sexo. Una vez fuera la prenda, él separó los muslos de ella con ambas manos y le subió el vestido hasta arriba del ombligo. Exponiendo a nuestros ojos un encantador coño, totalmente depilado. En esa posición sus caderas vientre y muslos se antojaban mórbidos, voluptuosos y más hermosos que nunca. Alucinado miré desde un ángulo desacostumbrado, cómo mi hermano se acomodaba de rodillas entre sus piernas acercando su miembro hinchado a la rosada cueva de mi amada. Empujó lentamente, penetrándola mientras ella gruñía de placer.
      Con un movimiento creciente en intensidad y fuerza, comenzó a taladrar su vagina y por el tamaño de su erección, seguramente la entrada de su matriz también. Ella emitía gemidos que eran apagados por mi polla en su garganta.
- ¡Santo cielo, ricura!- grité – Te ves tan deliciosamente sensual mientras te cogemos los dos, que siento que me van explotar las bolas.
      Cómo si mis palabras accionaran el control del volumen de sus demostraciones de gozo, ambos empezaron a soltarse como nunca. El mugía como un toro, y ella a lapsos sacaba mi miembro de su boca como para concentrase en contener el orgasmo que se avecinaba alrededor de la verga enhiesta de mi hermano. Gemidos y gritos brotaban de su garganta cada vez que hacía esto. Él sintió que no aguantaría más tal exhibición de ardor por parte de su cuñada y anticipando que a ese ritmo pronto se correría dentro de ella, hábilmente retiró su turgente y empapado miembro de su raja y me invitó a poseerla yo. Cosa que hice de inmediato, pero antes la tomé de los brazos y la levanté del sofá, para sentarme en el sofá y meterme debajo de ella. Como un paso de baile estudiado ella comprendió enseguida y se arrodillo con los muslos separados a ambos lados de mi cadera. Descendió con naturalidad y absorbió en su delicioso coño cada pulgada de mi palpitante virilidad.
      Con ambas manos trataba de abrazar y sobar su grupa portentosa. Ella subió y descendió estremecedoramente con movimientos pausados, brindándome la más voluptuosa de las sensaciones. Poco a poco fue incrementando la velocidad de sus arremetidas.
Su rostro sudoroso buscaba a intervalos mi boca y mi lengua que atrapaba entre sus labios. Entonces, inexplicablemente se detuvo un momento. Buscó mi boca y me besó con furia. Noté que un profundo gemido a manera de lamento crecía en su pecho y mientras su rostro se torcía en una mueca de pasión, ella dejaba de besarme. Su rostro entonces, se deslizaba sobre mi mejilla hasta que su boca a la altura de mi oído me susurraba.
-¿Lo sientes?- murmuró excitada.
      Inmediatamente entendí lo que con ansía quería que entendiera, cuando sentí que algo duro se deslizaba paralelamente a lo largo de mi verga. Mi hermano había introducido su polla por el culo de mi esposa y ahora ambos estábamos profundamente enfundados en ella. El comenzó a moverse en el recto de mi esposa, horadando las entrañas de ella. Que entre gemidos y muecas de delirio se revolvía sobre mi.
      Debo confesar que verla en ese estado, cómo nunca la había visto, fue terriblemente excitante para mi. Sentir la polla de él, sobre la propia, a través de las delgadas membranas en su interior, me estaban volviendo loco de lujuria y frenesí.
- ¡Mi amor, eres una puta soberbia! ¡Ordeñanos , Mami!-. grité como loco, y empecé a mover las caderas hacia arriba y hacia abajo al ritmo de los embates de mi hermano.
- ¡Siiii! ¡Ayyy... Cabrones! ¡Cójanme!... ¡Ayyy! ¡No paren!... ¡cójanme duro!... - grito desaforada, mientras una oleada de convulsiones empezaba a tomar posesión de su cuerpo. Los espasmos y estremecimientos estrechaban en pulsos intensos el esfínter de su culo sobre la polla de mi hermano. El gemía mientras literalmente era exprimido en las entrañas de mi sensual esposa. Al unísono los fuertes músculos de su vagina esquilmaban mi enardecido miembro. Ese tratamiento fue demasiado para nuestros sentidos y ambos sátiros explotamos espontáneamente llenando con borbotones de espeso semen las magníficas y encantadoras entrañas de nuestra hermosa ninfa.
     Permanecimos resollando estrechamente unidos por un par de minutos, nadie se atrevía a hacer ningún movimiento. Hasta que el desinflado miembro de mi hermano salió primero sin resistencia de la entrada trasera de mi esposa. Ella se incorporó con elegancia mientras mi falo emergía aún tieso y resbaloso de su nido de amor. Un fluido blanco y espeso goteaba pesadamente de su entrepierna.
-¡Voy a asearme!- musitó.
      De un salto y movimientos ágiles salió corriendo de la estancia en dirección al baño.
      En la estancia permanecimos los dos hermanos tirados en los sillones con una estúpida sonrisa en el rostro.
- ¡Es maravillosa Sabrina!- comentó Antonio despatarrado en un sillón, mientras con la mano derecha aún se acariciaba el pene enfangado en su propia corrida y los jugos de mi amada.



Continuará....

2 comentarios:

  1. Wowwww!.... Me dejas sin palabras y con una deliciosa excitación

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  2. Es lo más ardiente que he leído!

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